¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

lunes, 9 de abril de 2012

LOS CUADERNOS DE FRITZ KOCHER, DE ROBERT WALSER

Miguel A. Zapata




Hay autores en los que la identificación entre vida y obra, aun no siendo tan evidente como en lo autobiográfico, se realiza de forma palmaria a través de la estructura y el espíritu de sus creaciones. La obra de Robert Walser (1878-1956), aun siendo heterogénea en registros, siempre fue un fiel reflejo de su existencia y su visión fracturada de la realidad. Sin embargo, no es la biografía atormentada del autor suizo la que late bajo sus páginas, no son sus recurrentes crisis depresivas (que le hicieron dar con sus huesos en el manicomio de Herisau los últimos años de su vida) las claves creativas de obras inclasificables como El paseo o Jacob von Gunten. Tampoco lo serán en la obra que comentamos.

Los cuadernos de Fritz Kocher es el primer libro que Walser da a la imprenta, allá por 1904, con sólo veintiséis años. Es un volumen de piezas breves, cuentos de extensión variable, que el autor, en un juego de espejos y metaliteratura, propone como obra de un adolescente prematuramente muerto y que el propio Walser, en un prefacio ambiguo, se habría prestado a editar para complacer su memoria y los deseos luctuosos de la madre del chico. Este distanciamiento inicial es infrecuente como procedimiento en la obra de Walser, pero al igual que en el resto de sus libros, la primera persona ejerce de demiurgo de sus percepciones, aunque en este caso (quizá el pudor propio de un autor novel) mediante el recurso de una persona interpuesta que pretende camuflar la voz del autor helvético. Ya en el prefacio justificador encontramos indicios típicamente walserianos (tal es su personalidad estilística) que resumen a la perfección su manera de concebir la escritura, al definir los textos del libro como “pueriles, e incluso maduros”. Paradojas léxicas y conceptuales de este tipo moverán toda la obra de Walser y convertirán su literatura en una suerte de disquisición entre opuestos, contradicciones, mutaciones del sentido y el significado de cosas y conceptos, viajes de lo real a lo irreal.

La obra se enfoca, pues, como un conjunto de observaciones o trabajos escolares de redacción, en apariencia inocentes, que acogen una miríada de temas desde el punto de vista de un estudiante, lo que elimina cualquier asomo de artificio o sofisticación, falsa sencillez que compondrá un rasgo propio en los libros de Robert Walser, que sometía su escritura a una suerte de azar o paseo de una idea a otra sin aparente trascendencia, casi dejándose llevar, como si las ideas brotaran con la misma fuerza con la que se desvanecerían poco después, mutando incluso de un pensamiento a su opuesto, haciendo de lo narrado no más que una anécdota que en el fondo oculta entre líneas significados y revelaciones de gran complejidad.

Esta narrativa de contrastes a veces asume aquí, como en el relato Pobreza, la forma de una teorización, de un microensayo sobre un tema elegido al azar; en este caso concreto, la convivencia en el aula de Fritz Kocher (de cómoda ascendencia burguesa) con alumnos de baja extracción social supone un recorrido por las paradojas de los conflictos de clase desde la óptica arrebatada de un adolescente que, sin intención política, acaba por perfilar, con sus juicios, la consideración burguesa decimonónica de la miseria como un producto de la debilidad, la falta de carácter y el determinismo social, carencias que la civilización sólo puede aplacar mediante una compasión caritativa no exenta de desprecio. La distancia que Walser establece mediante ese autor interpuesto le permite enhebrar pensamientos que rompen cualquier forma de consideración ética para cuajar en una suerte de inmoralidad ingenua pero a la vez honesta, que muestra la identidad de Fritz Kocher como un joven producto de su tiempo que no hace más que reflejar con voz inocente el legado de la educación restrictiva, clasista y déspota de la burguesía centroeuropea previa al estallido de la Primera Guerra Mundial. En esta misma línea, cabe encuadrar otros textos como La escuela (sobre la utilidad social y cultural de los conocimientos adquiridos en el ámbito académico: “todo lo necesario es obligatoriamente útil”, sentencia Kocher), Profesión (visión ingenua y romántica del mundo laboral que le aguarda al joven autor) o La patria (disquisiciones sobre la república y un panegírico arrebatado alrededor del concepto de patria como medida de grandeza espiritual del individuo en lo colectivo). En todos ellos, Fritz Kocher muestra opiniones personales o inducidas por su formación con la excusa de cumplimentar los ejercicios escolares de redacción que se le encomiendan, siendo a la vez una obligación y un libro abierto de su personal percepción del mundo, deviniendo sus palabras en una suerte de espontáneo diario de ideas.

En otras ocasiones, la escritura se pone al servicio de la percepción lírica (como en La naturaleza, El bosque o Sobre la imaginación), y los registros se hacen más poéticos, permitiendo al autor reinterpretar la realidad, asumir su gusto por el detalle y la anécdota minúscula preñada o no de significados. Aquí late ya el Walser de obras posteriores, su forma de narrar fragmentada y juguetona, saltando de una percepción a otra, fundiendo imágenes, abandonando un tema por otro dispar o incluso antagónico, haciendo mutar los motivos argumentales y convirtiendo el acto de escribir en una celebración de la naturaleza inconstante, mudable e inestable del mundo y de la vida psíquica que estallaría con su madurez en obras como El paseante o los famosos Microgramas que compuso durante su estancia en el manicomio. Un anticipo, quizá del stream of conciusness que más tarde llevarían a su máxima expresión autores como Virginia Woolf, William Faulkner, Italo Svevo o James Joyce, pero en un estado larvario y ambiguo más cercano a la fragmentación espontánea y la aparente ligereza que a la elaboración intelectual. Lo que en aquellos era resultado de un trabajo de análisis, en Walser (en su Fritz Kocher) es pura intuición y goce arrebatado de la narración sin ataduras.

La literatura de Walser, la observación minuciosa y singular del mundo y sus rincones, su concepción volátil del ser, la distancia insalvable que establece entre la vida real y la vida percibida, su fino sentido de la ironía y su literatura de contrastes que se complementan estallan en esta primera obra inclasificable, donde el estilo de sencillo aliento clásico pero de enorme capacidad de evocación sensitiva e intelectual y la arquitectura textual disforme y aparentemente esquizoide del genio suizo ya se encuentran felizmente desarrollados en unas composiciones entre el relato, el ensayo intuitivo y la literatura indirectamente confesional. Ahí laten ya sus obsesiones: la vida como un flujo incomprensible e inaprensible de cambios, el contraste entre experiencia intelectual y sensorial, entre pensamiento y sentimiento, la necesidad de la contemplación pasiva e intuitiva de la belleza y el horror de un mundo que se desvanece y muta al instante, el gusto por la anécdota y lo destinado a perecer...

Los cuadernos de Fritz Kocher, que Hermann Hesse definiría como “disertaciones juguetonas y ejercicios de estilo característicos de la retórica de un joven irónico”, y que la Editorial Pre-Textos saca a la luz en ajustada traducción de Violeta Pérez y Eduardo Gil Bera, se nos muestra como una obra de madurez inusitada, un ejemplo admirable de la altura estética y estilística de uno de los autores fundamentales del siglo XX, admirado por Kafka o Musil y cumbre de la modernidad literaria en lengua alemana.








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